Llega la reseña última de esta semana del mejor episodio de la segunda temporada de La Casa del Dragón. Ya tuvimos nuestro análisis en profundidad Del libro a la pantalla, el directo Anillos y Dragones y las impresiones de un No Lector. Nuestra amiga Cristina Arias, enamorada de la saga que conoce muy bien Fuego y Sangre da sus impresiones como lectora del maravilloso El dragón rojo y el dorado.

La Casa del Dragón 2×03 – El dragón rojo y el dorado

Por Cristina Arias

Escribía Walter Scott en su novela Rob Roy que “el honor es lo que nadie puede darte ni nadie puede quitarte”. El honor parece en ocasiones una buena excusa para la guerra, pero de ella no surge más que su contrapartida: el deshonor, la injusticia, la miseria.

La Danza de los Dragones ha comenzado y, con ella, toda una reflexión sobre los miserables.

En Harrenhal, Daemon se enfrenta a su oscuro mundo interior. ¿Son todas sus visiones propiciadas por Alys Ríos? Puede ser, pero no dejan de explorar el lado más miserable del Príncipe. Una parte de él ansía el Trono de Hierro y cree merecerlo por encima de la misma Rhaenyra. Aemond es presentado a sus ojos como un reflejo aún más sombrío de su propia alma; más que su simple némesis, su opuesto complementario.

En medio del delirio de Daemon, conocemos a Oscar Tully, que en la serie es nieto de lord Grover y en Fuego y Sangre tiene un hermano, y que será un muchacho más adelante, si pensamos en el amplio sentido de la palabra. También tendrá el príncipe una reunión con los Blackwood en la que cree ver a su esposa Laena en el lugar de una copera (y en la que se nombra a Benjicot Blackwood, otro “muchacho”).

Daemon, pues, está ido, perdido en el laberinto de la aceptación tanto de su pasado como de su misión presente y futura mientras busca la manera de vivir sabiendo que es un miserable, y no en un único sentido. Los detalles de los tres perros y la cabra, con ese guiño a los lectores, recuerda a un caso que, de nuevo, representa la quintaesencia de los personajes de Martin: Sandor Clegane era un miserable. No tenía honor, tal vez, pero cuánta razón tenía muchas veces.

En Desembarco del Rey, Aemond y ser Larys Strong están al tanto de los movimientos de ser Criston Cole en las Tierras de la Corona y el príncipe tuerto ha ideado un plan de ataque junto con la Mano. La idea es desestabilizar al bando negro, que está aún más disperso de lo que ellos creen. Aegon no ha sido informado de nada de esto, por lo que monta en cólera.

Nadie acata sus órdenes, sus opiniones no sirven de nada, no tiene nada que aportar a las conversaciones del Consejo. Ni siquiera es capaz de responder a su hermano en Alto Valyrio. Y cada vez se vuelve más y más pequeño, mientras que Aemond, como quien devuelve una puñalada en las costillas, se sabe cada vez más grande. Aegon se siente miserable.

Lady Alicent anda a vueltas con el error que cometió al malinterpretar las palabras de Viserys en su lecho de muerte. En medio de sus cavilaciones, rompe por accidente el dragón de la maqueta de Viserys que ella misma arregló. Por si tuviera poco que cargar sobre su conciencia, se ha visto obligada a pedir un té de la luna para prevenir un posible embarazo de ser Criston. Larys, siempre agudo y con ganas de ocupar el puesto de la Mano en los aposentos reales, se da cuenta y ata cabos.

Él mismo enuncia una cuestión muy relevante. ¿Cómo puede ser que un rey como Viserys, que tan bien conocía la historia de su casa, quisiese romper la línea sucesoria dando pie a que pudiera ocurrir una serie de atrocidades como las que llevó a cabo Maegor el Cruel, por ejemplo?

Alicent, sin embargo, solo concluye con una excusa y un razonamiento. Poco importa ya lo que Viserys quisiera o no. La guerra ha comenzado y, con ella, la era de los miserables. Y Larys, como gran exponente de la miseria humana, guarda toda la información por si hiciera falta. Demasiada y suficiente para cualquier propósito deshonesto.

Rocadragón está desnortada. No hay noticias de Daemon y no se sabe nada sobre la desaparición de la reina Rhaenyra. Por su parte, lord Corlys Velaryon, la Mano, sigue inmerso en sus quehaceres marineros. Los integrantes del Consejo están muy inquietos y lord Staunton se ha ausentado para intentar proteger Reposo del Grajo.

A la llegada de la reina (que luce una trenza al estilo de Jaehaerys II), Jacaerys le echa en cara su marcha y el peligro que ha corrido metiéndose en la boca del lobo para conversar cara a cara con la reina viuda. Solo Rhaenys comprende desde el principio que Rhaenyra deseaba agotar todas las posibilidades de paz antes de llegar a la destrucción.

Más tarde, mientras mira de soslayo el cráneo roto de Meraxes, Rahenyra le confiará a su hijo el secreto de la Canción de Hielo y Fuego. La guerra no es una mera cuestión de poder, no se trata únicamente de miserables luchando por un trono: ella fue elegida para ser la protectora de los Siete Reinos hasta la llegada de la amenaza final. Hay algo de honor y responsabilidad en todo esto.

La conversación de Aegon con su madre camina en paralelo con la anterior. El joven rey, que nunca ha gustado de los asuntos serios y que ha desechado los antiguos libros de su padre, siente que nadie le hace caso. La visión de Alicent sobre su hijo ha cambiado, y no muestra la más mínima empatía por él. Ya no tiene miedo a expresar sus opiniones libremente y se desquita de sus propias frustraciones espetándole su inutilidad.

Aegon queda solo, con una jarra de vino en forma de dragón que, una vez más, acaba rota en el suelo. Aegon se encuentra en un estado anímico miserable, pero tiene una idea.

Fuegosolar recibe al rey con alegría y ambos se saludan con más afecto que el de todo el bando verde junto. Vestido con la armadura del Conquistador y bastante ebrio, Aegon, el joven inseguro y falto de aptitud para gobernar, el niño impulsivo que ahoga sus miserias en vino, mujeres y burlas hacia el más débil, monta en el bellísimo dragón dorado y parte hacia Reposo del Grajo.

Y ahora sí, llega la batalla. Según sabemos por Fuego y Sangre:

“Con un centenar de caballeros, quinientos soldados de la casa real y el apoyo del triple de mercenarios curtidos, ser Criston marchó hacia Rosby y Stokeworth […]. Con ese contingente incrementado, la hueste de Cole se dirigió a la localidad portuaria amurallada del Valle Oscuro […]. Saquearon la ciudad, prendieron fuego a los barcos anclados y decapitaron a lord Darklyn”.

Es necesario hacer hincapié en esta última línea. Lord Darklyn, que proviene de una casa que conoce muy bien la idiosincrasia de los Capas Blancas, le deja muy claro a ser Criston que es un miserable, el deshonor en persona, y le vaticina que el deshonor marcará la hora de su muerte.

Ante el asedio de las tropas de ser Criston a Reposo del Grajo, lord Staunton envía un cuervo a Rocadragón pidiendo ayuda. Los Negros no tienen tiempo de reaccionar y, ante lo que interpretan como una provocación, deciden que es momento de abrir la caja de los truenos: hay que enviar un dragón.

Llama la atención que en la serie Rhaenyra se ofrece a ir la primera, puesto que no quiere dar señas de debilidad y se siente responsable; una vez más en paralelo a la idea de Aegon, que actúa de forma impulsiva. En este caso, Jacaerys se ofrece para ir en lugar de su madre, movido por la misma impulsividad juvenil, pero Rhaenyra se lo prohíbe. Finalmente, Rhaenys se presenta voluntaria con el beneplácito de la reina y será quien vaya a Reposo del Grajo con su dragona Meleys, la Reina Roja.

Según Fuego y Sangre, hay tres versiones de por qué Rhaenyra se muestra reacia a atacar Desembarco del Rey y meter a los dragones en la ecuación:

“Munkun […] asegura que se debía al espanto que le producía matar a la sangre de su sangre”.

Tras esto en el libro se compara la situación con la de Maegor el Cruel. ¡Qué bien hilada la alusión inespecífica de ser Larys en la escena descrita más arriba! Quienes conocen la historia, muchas veces, no desean repetirla. Un miserable puede actuar por ignorancia y no haber aprendido nada.

“El septón Eustace afirma que Rhaenyra tenía «corazón de madre» y por eso se resistía a arriesgar la vida de los hijos que le quedaban. […] Champiñón, […] insiste en que Rhaenyra seguía tan consumida de dolor por la muerte de su hijo Lucerys que se ausentó del consejo de guerra y dejó al mando a la Serpiente Marina y a su mujer, la princesa Rhaenys”.

Quizá una mezcla de estas dos visiones sea la que se muestra en la serie, con las variaciones antes indicadas, por supuesto.

Comienza pues la batalla y Rhaenys llega a lomos de Meleys. Ser Criston se muestra tranquilo pues, como recalca el libro:

“Lo estaba esperando; contaba con ello”.

En la novela, Meleys y Rhaenys son atacadas con flechas y escorpiones “similares a lo que habían derribado a Meraxes en Dorne” (otro guiño magistral). Este ataque no surte efecto, pero ser Criston también cuenta con ello y es en ese momento cuando aparecen Aegon montado en Fuegosolar y Aemond conduciendo a Vhagar.

Criston Cole había preparado la trampa, y Rhaenys había mordido el anzuelo; se había convertido en la presa”.

Es evidente que en la serie este punto se plantea de forma muy distinta. Aemond y Vhagar están ocultos en el bosque esperando el momento oportuno para atacar a Rhaenys; pero todo se interrumpe con la llegada de Fuegosolar. Ser Criston decide dar la vuelta a la situación y arenga a sus soldados para que luchen por el valiente rey, que ha ido a protegerlos a todos. El dragón rojo y el dorado se enfrentan en el aire. Aemond, por su parte, espera el momento oportuno.

Y ese momento no tarda en llegar. Vhagar surge entre los árboles como el monstruo de la naturaleza que es y alza el vuelo, pero no directamente hacia Meleys, sino que apunta a su hermano (temeroso, inseguro, pequeño) y lo derriba carbonizándolo. Las heridas que Fuegosolar ha sufrido contra Meleys no ayudan a montura ni a jinete, y ambos se precipitan hacia la espesura.

Incluso en medio de una improvisación tal, Aemond se comporta como un miserable y ve su oportunidad. El primer asesinato fue por accidente, y esto ya no es un desquite en la sala del Consejo Verde. Desde tierra firme, ser Criston contempla el hecho, y comprende. Aemond es ya oficialmente un asesino, sea cual sea el resultado de su acción.

Por su parte, Rhaenys ha tenido tiempo de sobra para escapar, pero sabe que el honor y el deber están por encima de todo. No puede perder Reposo del Grajo ni traicionar la palabra dada sin intentarlo, aun sabiendo que no tiene opciones de ganar contra Vhagar y tras el combate contra Fuegosolar. Rhaenys y Meleys se miran, la princesa se ajusta la cincha y ambas vuelan hacia el honor y hacia la muerte.

En el libro, la actitud de Rhaenys es más desafiante:

“Con un grito de alegría y un restallido del látigo, encaró a Meleys con el enemigo”.

En la serie, el final de Rhaenys cayendo con los brazos extendidos es mucho más emocional. Un instante antes, Meleys la mira por última vez con tristeza.

“Amada hija de lady Jocelyn Baratheon y el príncipe Aemon Targaryen, fiel esposa de lord Corlys Velaryon, madre y abuela, la mujer que pudo reinar sin conocer el miedo murió entre sangre y fuego. Tenía cincuenta y cinco años”.

Rhaenys, la Reina que nunca fue, por Bella Bergolts

Rhaenys, la mujer que habría reinado con juicio, la que comprende a Rhaenyra y le es fiel en todo momento, la que, incluso teniendo delante al bastardo de su marido, le dice a este último que no se comporte como un miserable y que le dé un ascenso en lugar de esconderlo. Rhaenys cayó en la trampa de unos miserables, pero ninguno de ellos pudo quitarle su honor.

Finaliza la batalla de Reposo del Grajo y ser Criston acude presto a encontrar al rey. El príncipe Aemond se le ha adelantado, espada en mano. Al ver a ser Criston, envaina el arma y la sustituye por la daga de acero valyrio.

Todo el episodio ha sido una constante premonición de este momento. Fuegosolar respira trabajosamente y Aegon está en tierra.

Según Fuego y Sangre, sabemos que

su real jinete se había roto las costillas y la cadera y tenía medio cuerpo cubierto de quemaduras, pero lo peor era el brazo izquierdo: el intenso calor del fuegodragón le había fundido carne con la armadura”.

Aemond ha visto llegar su hora. Ser Criston ha incrementado su ejército, diezmado los apoyos de sus enemigos y les ha quitado a los Negros su mayor dragón (y una de las mejores jinetes), además de haber cercado Rocadragón por tierra. Por el contrario, el bando verde tiene a su rey y a un dragón malheridos, además de que, por lo que sabremos después, este golpe contra los Negros no traerá el triunfalismo deseado por parte del pueblo. Es la victoria de personajes a los que nadie ha podido quitarles ni darles honor, puesto que jamás lo han tenido. Es la victoria de los miserables.

¡Hasta pronto!