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Cuarta reseña y última esta semana de este segundo episodio de la segunda temporada de La Casa del Dragón. Ya tuvimos nuestro análisis en profundidad Del libro a la pantalla, el directo Anillos y Dragones y las impresiones de un No Lector. Hoy le toca a nuestra amiga Cristina Arias, enamorada de la saga y que conoce muy bien Fuego y Sangre dar sus impresiones como lectora de este gran capítulo, Rhaenyra la Cruel.
La Casa del Dragón 2×02 – Rhaenyra la Cruel
Por Cristina Arias
“La Danza de los Dragones entró en una nueva etapa tras la muerte de Lucerys Velaryon en las Tierras de la Tormenta y el asesinato del príncipe Jaehaerys ante los ojos de su madre en la Fortaleza Roja. Negros y Verdes clamaban venganza, sangre por sangre.”
El extenso episodio de esta semana nos ha dejado momentos impagables y posibles giros de trama que, si no generan sorpresa necesariamente en un lector, sí lo dejan comiéndose los muñones de la intriga.
Tras el horrendo asesinato de Jaehaerys, la corte de Desembarco del Rey no tarda en ponerse en alerta máxima. Una multitud de sirvientes es llevada hasta las mazmorras. Comienzan los interrogatorios y ser Larys Strong tiene trabajo de sobra. La pieza de violín y piano que acompaña la secuencia es francamente preciosa.
Por su parte, Aegon solo encuentra una manera de desahogarse, y es destruyendo al maqueta de la antigua Valyria que su padre había tardado años en construir. Este momento tan simbólico, en el que las bajas pasiones y la sed de venganza del joven rey están a un paso de destruir todo el legado de sus antecesores, se remata con la frase que lo resume todo: “¡Les declaro la guerra!”.
Recordemos que la Danza de los Dragones supone el inicio del fin de la era gloriosa de los Targaryen y que, si ya antes solo quedaba de Valyria el recuerdo -la maqueta- ahora asistimos a un camino de decadencia que se precipita hacia el abismo.
Por su parte, Aemond ha ido a inspeccionar la estancia en la que aparecía en el episodio anterior, y por la que pasaron Sangre y Queso con la mala fortuna de que no lo encontraron. El príncipe descubre una moneda en el suelo y comprende: los asesinos iban a por él.
Llama la atención el hecho de que Aemond decida no compartir esta información con nadie excepto con una meretriz, y las curiosas conclusiones que saca de todo ello. Aemond parece una pieza prescindible en su propia casa, pero los Negros le han dado una importancia inesperada para él.
En este momento íntimo, confiesa: “me arrepiento de lo que pasó con Luke. Aquel día perdí los estribos y lo lamento”. En el libro siempre he visto a Aemond como una suerte de Rocheford de Los tres mosqueteros, pero he de decir que estos gestos de humanidad pasados por el tamiz del egocentrismo y la frialdad más absoluta le dan al personaje una dimensión que me resulta interesante.
El Consejo del Rey está que echa chispas. Aegon se enroca aún más en su decisión de comenzar la guerra cuanto antes y desatar un infierno en Rocadragón. Recordando el episodio anterior, Aegon quería ser un buen padre -o la idea que él tenga de eso, habida cuenta de que su ego es del tamaño de Asia- y llevar a su hijo al consejo, jugar con él, etc. Ahora, ese sueño de ser para su hijo el padre que él tanto echó de menos se ha esfumado.
Como sabremos más tarde por ser Arryk Cargyll, toda la guardia había desprotegido el piso superior para quedarse con el rey en el salón del trono mientras estaba de jarana con sus amigos. Esto le hace sentir culpable, qué duda cabe, pero en el bando verde eso de asumir las consecuencias de las propias acciones no debe de estar de moda, por lo que Aegon decide repartir culpas, responsabilidades y suspicacias.
Ser Criston Cole “estaba en cama”, y me encanta el detalle de la traducción de no poner el determinante, puesto que no es “mi cama” o “la cama”. Ser Criston, fiel a su estilo, no miente, pero escurre el bulto.
La reina Alicent anda demasiado preocupada sintiéndose culpable de lo ocurrido. Más tarde dirá, incluso, que todo es un castigo de los dioses por sus pecados. Ser Otto Hightower es quien aporta algo de claridad al asunto y decide sacar lo que se pueda de lo perdido. El asesinato de Jaehaerys servirá como arma de propaganda contra la reina Rhaenyra.
Al parecer, el incipiente reinado de Aegon vino acompañado de algunos presagios que no eran del todo favorables para el pueblo, por lo tanto, es necesario que la familia real de Desembarco del Rey quede bien delante de la plebe y del resto de casas nobles, cuyo apoyo necesitan de cara a la guerra. “Tendréis vuestra guerra, Alteza pero, si esperáis un poco más, vuestro ejército se duplicará”, expone ser Otto a su nieto y soberano. Es necesario preparar el cortejo fúnebre.
En Fuego y Sangre se sabe muy poco de la reina Helaena a partir de este punto. Tan solo que vivió encerrada, presa de la locura y que, años más tarde, acabará empalada tras arrojarse por una ventana. La serie no parece ir necesariamente encaminada de ese modo, puesto que nos ha mostrado a una Helaena soñadora, que predice el futuro y que percibe la realidad de forma diferente.
Esto queda muy claro durante toda la secuencia del cortejo, más concretamente, al final, cuando el carromato que transporta el cadáver de su hijo se atasca en un charco y los habitantes de Desembarco del Rey intentan consolarla. Ella sufre un ataque de pánico y ni su propia madre es capaz de contenerla.
En la Fortaleza Roja, Larys había capturado a Sangre cuando trataba de abandonar el lugar con la cabeza del pequeño príncipe metida en un saco. Esto es descrito de la misma forma en el libro. Y, mientras Helaena lucha contra un deber que no desea aceptar, Aegon se desquita apalizando al Capa Dorada, que no ha tardado ni dos segundos en cantar La Traviata.
La escena en que el rey y la reina se cruzan en la escalera lo dice todo: se ha abierto una brecha aún mayor entre los esposos y cada uno toma su camino. Solo que el de Helaena es ascendente. ¿Signo de un destino diferente al del libro?
Hablando de brechas, Alicent y ser Criston también deciden vivir separados por la puerta de la alcoba. El recuerdo de la fatídica noche pesa demasiado en ambos… o no tanto, puesto que el caballero tiene un plan que puede hacerle resarcir su culpa.
Sabemos que ser Criston es rencoroso, advenedizo e hipócrita. No creo que extrañe a estas alturas que muestre un poquito de miseria moral. En un alarde de manipulación que haría palidecer de envidia a cualquier estudiante de la ESO, ser Criston aprovecha su posición para endilgarle a ser Arryk Cargyll la misión de ir a Rocadragón a matar a la reina Rhaenyra, haciéndose pasar por su hermano gemelo, ser Erryk. Este se niega a aceptar todas las acusaciones y órdenes de su lamentable jefe, pero no tiene otra salida que aceptar.
Pero antes de llegar a uno de los puntos clave del episodio, vamos con la tercera brecha en el bando de los Verdes. Se dice en Fuego y Sangre que
“Ser Otto Hightower había estado ocupado ganando apoyos entre los nobles, contratando mercenarios, reforzando las defensas de Desembarco del Rey y buscando afanosamente otras alianzas”. Esto, por supuesto, no complace en absoluto a Aegon, quien “en cierta ocasión […] entró en la Torre de la Mano y encontró a su abuelo ser Otto afanado en escribir otra carta; al verlo, le vertió el tintero en el regazo y le dijo: «Los tronos se ganan con espadas, no con plumas. A ver si derramas sangre en lugar de tinta».
Aunque tanto la serie como el libro hacen hincapié en las diferencias entre Aegon y su abuelo, la destitución de ser Otto no se plantea de la misma manera. En el libro,
Aegon, cansado y asustado por una serie de derrotas bélicas, “confundía sus esfuerzos [de ser Otto] con inactividad y su cautela con cobardía”, por lo que, en un momento dado, y contraviniendo los ruegos de su madre, “lo convocó a la sala del trono, le arrancó del cuello la cadena que simbolizaba su cargo y se la lanzó a ser Criston Cole”.
Será a partir de este momento cuando el rey pida la cabeza de Rhaenyra y sus hijos, a lo que ser Criston planteará el sutil plan de los gemelos Cargyll.
Sin embargo, en la serie el plan es concebido por el caballero arribista precisamente para medrar y recuperar el favor real, mientras que el rey ha decidido mandar al traste algo más que la maqueta de su padre. Toda la procesión y la propaganda contra Rhaenyra se le vuelve en contra en el momento en que decide ahorcar a todos los cazarratas de la Fortaleza Roja y exponer sus cuerpos en las murallas.
Ser Otto, mucho menos complaciente que en los libros, entra hecho un basilisco y le dice cuatro verdades a su impetuoso nieto, quien tiene la excusa perfecta para, por fin, librarse del último vestigio del legado de su padre y destituirlo en favor de ser Criston. En este caso, es ser Otto quien se arranca la insignia de su cargo y la arroja a los pies del lord Comandante, quien, en una nueva muestra de su miseria, se proclama Mano recogiendo del suelo los restos que le lanzan los demás.
Pero no solo Desembarco del Rey tiene brechas importantes en sus pilares. En Rocadragón, Rhaenyra descubre que Daemon fue quien ordenó el asesinato de Jaehaerys y la conversación entre la pareja no tiene desperdicio. Rhaenyra está comenzando a desconfiar de todo y de todos.
A pesar de su carácter, la serie deja ver que la Reina Negra aún conserva los redaños morales de su padre, pero las continuas traiciones y juego sucio de sus oponentes la harán cada vez más desconfiada y paranoica, rasgo que sabemos que moldeará su tragedia en el futuro.
En la reseña anterior, dijimos que Daemon aún no había visitado Harrenhall, y creo que la serie resuelve muy bien el viaje del príncipe después de esta discusión y de que su propia sobrina/esposa ponga en duda su lealtad. Montado en Caraxes, Daemon se dirige a Harrenhall para demostrar su valía y la fidelidad a su familia. ¿Veremos a Alys Ríos por allí? Según el libro, no tendríamos por qué, pero… ¿quién sabe? Mientras tanto, Baela deberá partir con Bailarina Lunar para vigilar Desembarco del Rey y sus inmediaciones. Jacaerys, sin embargo, permanecerá en la fortaleza.
En medio de todo esto, no debemos olvidar que se habían plantado “semillas” en distintos lugares de los Siete Reinos. En este segundo capítulo conoceremos algo más a Alyn y Addam, los hermanos que difieren en su punto de vista sobre la guerra; y a Hugh Martillo, quien ya apareció también en el primer capítulo como herrero peticionario ante el rey Aegon.
Aquí, vemos que Martillo tiene un humilde hogar, una esposa y una hija enferma. La comida escasea y el bloqueo provocado por la flota Velaryon encarece los precios de todos los productos. Hugh le comenta a su mujer que el rey les ha prometido ayuda y apostilla una de sus frases con un irónico “¡Qué egoísta es la gente!” Qué queréis que os diga, a mí esta frase me genera mucha curiosidad. ¿Cómo será ahora la evolución de estos personajes según lo que hemos visto?
En Rocadragón, Mysaria habla con Rhaenyra. Tras una intensa conversación, la reina decide dejarla en libertad, embarcándola hacia Pentos. De camino al barco, es la propia Mysaria quien se percata de que ser Arrik está llegando a la isla para ejecutar el plan de ser Criston que, no lo olvidemos, fue calificado por Aegon II como “brillante”.
El caso es que no parece que a Mysaria le haya dado tiempo a advertir a nadie, porque ser Arrik entra en la fortaleza y se pasea por los pasillos como el que va a la feria de Cañete, mientras somos testigos de un curioso quid pro quo que parece sacado de una aventura de Scooby Doo. Ser Errik es el único que anda de aquí para allá con la mosca detrás de la oreja, hasta que finalmente se encuentra con su gemelo y comienza el combate.
He de decir que en el libro este pasaje me parece bello a la par que triste. Los dos hermanos se encuentran de camino a los aposentos reales. En este punto, las fuentes son diversas y se nos habla de declaraciones de amor fraterno, un combate breve, un duelo de casi una hora, heridas en el brazo y el vientre…
La serie toma un poco de aquí y un poco de allá para llevar a cabo la coreografía de dos hermanos que se quieren pero se echan cosas en cara. Finalmente, ser Arryk muere a manos de su hermano y este último se quita la vida delante de su reina. Yo prefería la idea de ambos muriendo abrazados “con las mejillas surcadas de lágrimas”, pero tampoco pasa nada.
A pesar de todo este follón, ya dijimos que el episodio era extenso, y queda la coda final. Ser Otto se despide de su hija con dos mensajes muy claros: les queda el príncipe Daeron como esperanza y ella debe ser sensata y llevar a Aegon por el buen camino.
En lo único que piensa Alicent es en confesarle a su padre lo que ha hecho, pero Otto, creo que con buen criterio después de tantos disgustos, decide que ya le ha subido mucho la tensión por un día y contesta: “No quiero saberlo”. Un sabio, si queréis mi opinión.
Y lo digo completamente en serio y sin ironía, puesto que, acto seguido, Alicent se va a su estancia y se encuentra con el lord Comandante y nueva Mano del rey, que debe de estar pletórico tras su jugada magistral y sabe que no puede perder el punto de control que ejerce sobre la reina viuda.
Esta, sola, sabiendo que la guerra es ya imparable, le arrea un par de bofetones pero se rinde a la pasión. Una vez más, qué poco y de qué forma más rara le dura el duelo a esta gente. ¡Y qué ganas de saber por dónde van los hilos, cómo de torcidas crecen las semillas y cuántas nuevas sorpresas nos aguardan en el episodio tres!
¡Hasta pronto!