Es el momento de la Review de un No Lector de esta semana. Obra del amigo Antonio Valderrama, periodista y escritor gaditano, autor de Hombres Armados y La hora azul. Fan de Juego de Tronos, no había leído Canción de hielo y fuego (ya lo hizo) pero ahora no ha leído Fuego y Sangre. Así que su punto de vista y su calidad de análisis resulta imprescindible para hablar de la serie.

La Casa del Dragón 2×05 – Regente

Por Antonio Valderrama, Fantantonio

El quinto episodio de la segunda temporada de La Casa del Dragón llevaba por título Regente y la espectacularidad de su inmediato predecesor hacía pensar en él como un típico capítulo de aftermath. En cierto modo lo fue pero no careció ni de ritmo ni tampoco de avances interesantes en el desenlace de la madeja de esta temporada, que ya tiene un ritmo de crucero.

En regente, en efecto, se planteó la situación general del campo de batalla tras el tremendo choque de dragones que dejó fuera de combate, aunque no muerto, al rey Aegon. Las perspectivas son tan siniestras para todos los personajes en liza cómo interesantes para nosotros, los espectadores. Más que una, hay varias guerras civiles abiertas que están desangrando el poderío Targaryen en los Siete Reinos, quizá socavándolo de manera irremediable para siempre.

Porque si la base y el fundamento de la prevalencia de esta casa sobre todas las demás en Poniente es el monstruoso poder destructor de los dragones y el miedo cerval que su mera existencia provoca en el resto de la población, exhibir el cadáver en descomposición de uno de ellos delante de la masa de Desembarco del Rey no parece una buena idea. Así es como empieza el capítulo, tras el regreso de las tropas vencedoras comandadas por Ser Criston.

Rodaje de la escena de Meleys en Trujillo, con la estatua de Pizarro

La primera vez que en América los indígenas lograron desmontar a un español de su caballo, en primer lugar quedaron anonadados pues estaban convencidos de que hombre y caballo formaban una unidad invencible de origen divino. Acto seguido aprendieron una provechosa lección: aquella criatura sufría y era tan de carne y hueso como ellos, o sea, que podía morir si se tenía la maña suficiente como para dañarla sin perder el pellejo.

Con los dragones está pasando lo mismo y el episodio tiene el acierto de mostrar en un par de escenas la pérdida de ese miedo a los dragones tanto en la plebe de la capital como en las otras casas, por ejemplo los Brackens. Los Targaryen llevan tanto tiempo ensimismados peleando entre sí que han dado por hecho que sus dragones representan el final de la Historia.

Por Juego de Tronos sabemos que esto no es así y estamos ahora, en La Casa del Dragón, empezando a atisbar el inicio de ese terrible crepúsculo que dejará al mundo sin dragones y a Poniente sin Targaryens. En este sentido la conclusión del episodio no deja de abundar en esto.

Un medio Targaryen propone a la última gran fin de raza valyria que sean otros medio Targaryen. O como se decía de la gitanidad de Lola Flores, cuarterones, targaryens perdidos en los pliegues del tiempo y mezclados con las demás casas de Poniente, que cabalguen también dragones.

Esto a corto plazo es una buena idea porque aumenta el potencial bélico de Rocadragón. A largo plazo asienta la idea en el imaginario colectivo de que ni siquiera hay que ser especial para montar a esos terribles bichos que, además, pueden morir.

El enfrentamiento dinástico se está llevando por delante la legitimidad misma de la casa en su forma más genuina. Esto queda magnificamente representado en el desconcierto alevoso de la plebe. Desde el primer capítulo a la plebe se le está dando sutilmente un progresivo protagonismo. Esto, en una historia de nobles y gente de copete, es de una gran modernidad.

Que la plebe como agente político ha interesado poco a lo largo de la historia del mundo parece evidente. En el cine y la literatura, más allá de Sergei Eisenstein, ha sido casi lo mismo. Pero en esta temporada, en esta serie, la masa tiene algo que decir. Por lo pronto, en la figura del cazarratas y ahora del herrero paterfamilias doliente, la masa ha dejado de ser anónima.

Y para Rhaenyra, gracias a su inteligencia consejera, es una baza, una carta que va a ser jugada. Esto depara una situación nueva y muy interesante que a ver cómo es resuelta. Que habrá un motín parece ya poco dudoso, lo incierto es hasta dónde puede llegar esa rebelión y de qué modo influirá en el equilibrio de poderes entre aspirantes al trono.

En la Fortaleza Roja también me parece cada vez más claro que la reina Alicent tan sólo tiene por delante la huida desesperada o más bien, el acto heroico. Está perdida en un laberinto del que no la puede sacar nadie, por mas que su padre regrese triunfante por alguna rocambolesca jugada de ajedrez palaciego.

Ella, por dentro, ya es una miserable mujer sentenciada, moralmente consciente de su soledad irreversible y del trágico destino que ella misma se ha labrado. Pero como Cersei, su marcha del escenario puede resultar un golpe al tablero que lo cambie todo, y estoy pensando en Aemond, a quien ya no ve como a un hijo, sino como a un diablo.

Si en el lado de los usurpadores hay dos bandos que se romperán por la parte materna, en el de los legítimos aspirantes al Trono de Hierro hay lo menos tres, en potencia. Porque Daemon continúa en su descenso personal a los infiernos en Harrenhal y se ha situado ya abiertamente al borde de la rebelión. Al declararse rey está saliendo por fin de la ambigüedad narrativa que lo lastra.

Harrenhal está sacando su freudiano superyo y en dónde está reinando, en realidad, es sobre un montón de ruinas llenas de fantasmas. Está al borde de la locura esquizoide y sin embargo monta al dragón más poderoso con el que puede contar Rhaenyra. Quien, ella y no cómo pensaba, Aemond, cada vez parece más claro que tendrá que volar hasta él y poner fin a un peligroso juego que está enrevesado la guerra de manera tremenda.

En La Casa del Dragón las mujeres son lloradas en la retaguardia y toman las decisiones. Es una serie que honra a las grandes mujeres poderosas de la historia de la Humanidad: Isabel la Catolica, Catalina la Grande, las dos Isabeles inglesas…las mujeres enderezan lo que enreda la debilidad masculina, pero no son ángeles del cielo sino tan amorales y peligrosas como el que más.

La construcción del nuevo Estado Targaryen que lleva a cabo Rhaenyra es un edificio moderno cuyos pilares están anegados de sangre. El poder corrompe de una manera absoluta y a cambio de ese trono de espinas no hay amor que quede en pie, ni siquiera el de una madre hacia un hijo o el de un hermano hacia otro.

Si el mundo es un teatro de locos, los grandes de la tierra son los peores de todos, a ojos del pueblo, quien, sí pudiera, no dudaría en someter con la misma crueldad a sus señores. Con y sin dragones.