El ensayo de esta semana es sensacional. Y es que ya sabéis algunos de los artículos más geniales de Los Siete Reinos son las reseñas de los capítulos de la serie desde el punto de vista de un No Lector (de Canción de hielo y fuego) desde la quinta temporada de la serie, obra de Antonio Valderrama, periodista y escritor gaditano autor del fantástico Hombres Armados.
Antonio pagó sus deudas y tras acabar la serie de la HBO, comenzó a leer las novelas de Canción de hielo y fuego. Tras sus magistrales reseñas de Juego de Tronos, Choque de Reyes, y Tormenta de Espadas, le toca Festín de cuervos. Preparaos para disfrutar.
De No Lector a Lector – Reseña de Festín de cuervos, por Antonio Valderrama
Por Antonio Valderrama
Cuando terminé la lectura de Tormenta de espadas sentí un ansia de continuar como la que me asaltó tras el último capítulo de la serie de televisión. Pero también me ocurrió que a diferencia de los tres libros anteriores, sobre Festín de Cuervos hallé opiniones muy encontradas. Algunos me decían que era un gran libro; otros, que se habían desvinculado de la saga por su culpa.
Incluso en algunas reseñas de lectores particulares encontré a quienes argumentaban que el libro contenía demasiado relleno, tramas secundarias prescindibles y callejones sin salida. Sin embargo un tuitero, cuyo nombre no soy capaz de recordar, me dijo algo que, después de terminar su lectura, encuentro muy acertado: con Festín de cuervos, Martin redistribuye las piezas del tablero, en concreto todo el sistema de alianzas políticas que determinan el juego de tronos. Y es verdad.
Si sólo fuera por eso, Festín de cuervos sería un libro estupendo. Pero, además, la prosa de Martin se pone a prueba retomando un tempo más parecido al del primer episodio de la Canción de Hielo y Fuego. Es, diría, una prosa reflexiva. Martin se sirve de una serie de secundarios esporádicos para mirar a los ojos de la guerra, relatarnos sus consecuencias directas sobre los habitantes más vulnerables del mundo e introducir un mensaje profundamente antibelicista.
Es, de este modo, un libro con calado, pero no pesado; un libro serio que aplaza algunas de las cuestiones fundamentales sobre el desarrollo de la trama principal pero que sigue avanzando hacia la meta dando un rodeo que no es en vano. Martin cultiva aquí la aproximación indirecta, pero seguro que el lector ávido de acción sin límite y de resolución inmediata de los conflictos se siente frustrado ante estas ochocientas páginas de narrativa incluso moralista.
No obstante, el que quiera puede encontrar en Festín de cuervos una introspección en muchos de los personajes y asistir al cumplimiento del fatum de algunos otros. La hybris, en el plano individual, y la expiación de los pecados, en el plano colectivo, se fusionan para convertirse en el gran tema de un libro muy interesante. Y es interesante porque es distinto.
Martin tiñe su escritura de oscuro, parece Erich Maria Remarque y su impresionante fresco de las consecuencias de la guerra, Sin novedad en el frente. Toda esa oscuridad impregna particularmente la trama que conocemos a través de Brienne de Tarth. Creo que ese es el significado de la Catelyn zombi, la razón de la existencia de la Lady Corazón de Piedra: ser el alter ego del propio autor, en el que personifica su cansancio por el dolor acumulado.
Ese desgaste físico y mental se transforma en una sed de venganza perversa que termina, como se ve, anulando todo rastro de bondad entre los miembros de la otrora orgullosa hermandad de ronins que acompañaban a Thoros de Myr y a Beric Dondarrion. Porque el rencor destruye lo bueno que habita en el corazón de los hombres y los transforma en monstruos, monstruosidad que este personaje aberrante, ni vivo ni muerto e incapaz de expresarse en un lenguaje humano, encarna perfectamente.
La guerra degrada y corrompe incluso las reservas inmaculadas de bondad y la hermandad de los bosques es el mejor ejemplo. Además, esa salvaje búsqueda de la venganza sin fin se entremezcla con el fenómeno de los gorriones, con el de la renovación espiritual y moral de los hombres ahogados del Hierro y con la polimórfica religión braavosi que conocemos gracias a Arya para manifestar todo ese repliegue del universo Martin.
El mundo está lleno de hombres heridos que supuran dolor y miedo, y esa angustia universal se traduce en cada sitio en diferentes expresiones de redención, arrepentimiento y rigor religioso. Ese apocalipticismo entona la novela y la convierte en algo más que en otra partida a vida o muerte entre príncipes, aventureros, generales, nobles y doncellas.
Adquieren un notable protagonismo los escenarios hasta ahora más secundarios de Poniente, como esas islas que uno se imagina hechas completamente de plomo, cielo y tierra, desagradables y húmedas, y el exuberante Dorne. También Antigua, cuya función de apertura y clausura del libro no es baladí.
En Antigua y desde Antigua se reorienta por primera vez, como un “todo”, la trama: la brújula señala en dirección a Meereen. El misterioso prólogo de Festín de cuervos nos desliza una sombra que se materializa en el epílogo, la de Marwyn el Mago, un archimaestre heterodoxo y nigromante capaz de ver el futuro en una de esas extrañas velas de cristal.
Marwyn coincide en sus deducciones políticas acerca de los dragones y los Targaryens con lo que el maestre Aemon deduce al final de su vida, en esa dramática travesía por los mares del sur a bordo de ese fabuloso barco de las Islas del Verano. Son unos hotentotes interesantísimos de los que me he quedado con ganas de saber más.
Como nuevo fan sin muchas pretensiones de Martin y su prosa, nada me haría más feliz que un ensayito o algún cuento ambientado en esta tierra ignota que se sale del mapa de la Canción de Hielo y Fuego, por debajo. Esa tierra legendaria como la China de Marco Polo para los europeos del siglo XIII que sin embargo tiene sospechosamente infiltrado en la Fortaleza Roja a un pedigüeño en apariencia sin importancia.
Esta alineación de voluntades en favor de las aspiraciones al trono de Daenerys se vincula por primera vez en toda la saga con la idea de la salvación del mundo ante el combate “contra la oscuridad” que se avecina entre las brumas de la historia. La idea mesiánica imbuye por fin de un halo especial a la chica Targaryen, justamente en el libro en el que ni ella ni “los Otros” aparecen en primer plano.
Hacia Daenerys se dirigen también las intenciones del príncipe de Dorne y las de Euron Ojo de Cuervo, nada menos. Por primera vez, se ve como digo una idea clara de hacia dónde parece conducir Martin el cauce principal de su interminable (por ancha y profunda) novela-río. Conocemos Braavos, por fin, esa Venecia con un coloso como el de Rodas, lupanares babilónicos, una capacidad financiera templaria y un emporio comercial como cualquier ciudad fenicia.
Me ha llamado la atención que todo esto ocurra en el libro en el que Daenerys no sale ni una vez. Sin embargo, Festín de cuervos es el libro más Dany de todos. Aunque su punto de vista no queda reflejado, por primera vez emerge como reina y candidata seria al juego de tronos.
Festín de cuervos es el episodio de la saga en donde su figura más influye, hasta ahora. En algo muy típico de Martin, esta influencia se revela al lector por la mirada de terceros: se cumple así ese axioma tan viejo pero irrefutable de que uno es en tanto que el otro lo mira y lo describe. Son estas cositas las que emparentan a este hombre con los grandes narradores clásicos.
Hasta ahora, habíamos conocido las dudas infinitas de Daenerys, la lucha dentro de su cabeza entre la niña y la mujer adulta, entre la hermana y la heredera, entre la huérfana y la viuda. Pero Daenerys de la Tormenta adquiere carta de naturaleza como legítima Targaryen a través de los ojos de quienes ya empiezan a verla (¡dragones mediante!) como un instrumento de poder, un instrumento devastador si, como se cuenta en las tabernas de marineros, es dueña de verdad de tres criaturitas de fuego.
El propio autor lo advierte al principio: Festín transcurre exclusivamente entre Poniente y Braavos, como primera parte de un díptico que se completa con Danza de Dragones. Empieza con una siniestra escena en la que Aeron Pelomojado es el protagonista y se aparece como Jesucristo predicando como un mesías en lo alto de una playa pedregosa del culo del mundo.
Todo lo relacionado con las Islas del Hierro está lleno de sebastianismo y de una nostalgia que también podemos calificar como mesiánica: los hombres del Hierro parecen un nuevo pueblo judío en armas contra Roma, y han decidido seguir a los zelotes. El Dios Ahogado tiene mucho de Yahvé del Viejo Testamento y es como un reverso tétrico, frío y húmedo, del Señor de la Luz, una fe no ya estoica, sino directamente sádica que obliga a sus fieles a morir y resucitar a puñetazos en el pecho: un monoteísmo riguroso que siempre exige un sacrificio de sangre.
Todo esto, como el auge de los mendicantes que recorre todo el libro como una tensión moral, parece un homenaje de Martin a la Europa de la Reforma. No deja de ser otra consecuencia de la devastación de la guerra y el lector ha de entenderlo como tal. Por eso no me parecen prescindibles ni inútiles los capítulos dedicados a la, en apariencia, frustrante aventura de Brienne.
Supongo que muchos de los que reniegan del libro lo hacen, entre otras cosas, por los capítulos dedicados a esta subtrama. A mí me resultan cada vez más evocadores y con el paso de los días, el recuerdo de la expedición a Punta Zarpa, el encuentro con los tres bandidos que habían formado parte de la compañía de Vargo Hoat, la peregrinación junto al septón Meribard (¡qué personaje!), el desfile por aquellos caminos guardados por cadáveres ahorcados…
Todo eso se queda en la mente muy vívidamente, porque es una literatura que habla del hombre y su sufrimiento, del modo en que las luchas entre los poderosos se ceban con la gente sencilla. Como John Wayne al final de Fort Apache o Kirk Douglas en Senderos de gloria, todo lo que se cuenta acerca de los “hombres quebrados” tiene algo hermoso y emocionante, de alegato por el desposeído a cambio de la nada aristocrática, del padecimiento y del olvido.
En ese sentido, me parece extraordinaria la alusión a la hipóstasis de la Santísima Trinidad cuando este mismo septón explica que “tiene que explicar” a esa gente sencilla el misterio de los siete dioses, personificando cada uno de ellos en el arquetipo de un oficio. Esto, junto con la divertida introducción de una especie de debate entre güelfos y gibelinos: es asombroso que Martin, por necesidades de su propia historia, no me cabe duda, meta de lleno en un bestseller universal los dolores del parto del nacimiento del Estado moderno.
El conflicto entre el Papa y el Emperador es un poco lo que subyace bajo ese audaz golpe de mano del nuevo Septón Supremo al final de Festín de cuervos, cuando Cersei Lannister, finalmente, desciende al infierno, un infierno que ella misma ha caldeado a conciencia desde la primera página de la novela. La caída de Cersei es un nuevo zarpazo del Altar al Trono, en un combate tan viejo como el mundo, tanto como el del Bien contra el Mal y del que está llena, por ejemplo, la literatura rusa contemporánea.
Ese combate se ramifica en Festín de cuervos con algo que emerge en sus últimas páginas, pero no por ello menos interesante, y que expone Marwyn el Mago con brillantez: la secularización del mundo mágico antiguo por esa especie de sabiduría ilustrada (¡la Razón!) que representan los maestres de la Ciudadela. Los dragones, la magia, las bestias extrañas que surgen de la nieve más allá del Muro, todo eso forma parte de un Viejo Mundo que se resiste a morir.
Ante el sistemático empeño en laminar todo lo que constituyó la sabiduría milenaria que forjó Poniente, parece como si las mismas raíces de Poniente opusieran una contestación brutal y negra que va a poner en riesgo la misma existencia de todo lo conocido hasta ahora. Es como si Martin, a través de su fábula fantástica, nos estuviera contando algo acerca de nuestro mundo real, el mundo del cambio de siglo en el que él empezó a escribir su Canción del Hielo y del Fuego.
En este libro en el que Martin aprovecha para adensar la historia abriéndole la puerta a un puñado de secundarios de todos esos escenarios periféricos, también nos ilustra con algo que, antes de tiempo, anunciaba el protagonismo de las mujeres en la narrativa que acompaña al nuevo feminismo. Esta es otra de las cosas que hacen de Martin un candidato muy serio a convertirse en un clásico de la literatura popular, lo de adelantarse a su tiempo, husmear las corrientes que condicionan el pensamiento general de cada época.
Martin nos cuenta la historia de unas mujeres que no desean ser lo que son y que nacieron para ser otra cosa, mujeres que por lo tanto luchan contra su destino: Asha, Cersei, Brienne, Arianne Martell, lady Olenna. La princesa de Dorne encarna esta suerte de “revolución feminista”, fallida por supuesto porque los hilos que se entretejen en la gran trama sobrevuelan todas las cabezas de estas mujeres frustradas, incluso la coronada de Cersei: el juego es más grande que todos, hombres y mujeres.
El juego es el Sistema camorrista de Nápoles, el juego tiene vida propia y como la Revolución, devora a sus hijos. Menos a Meñique, naturalmente, porque Meñique es el gran maestro de un juego que a veces parece que ha inventado él.
En Meñique convergen las figuras históricas de los grandes conspiradores, de los estadistas, validos y eminencias grises: Maquiavelo, Richelieu, Mazarino. En este libro queda patente por fin la delicada pero vasta tela de araña que teje y se revela por fin su acuerdo con la casa Tyrell.
Entre Meñique y esa Livia maravillosa de Lady Olenna quieren atrapar y destruir a los Lannister, desencadenando una segunda guerra dentro de la “de los Cinco Reyes” que desemboque en un todos contra todos. Todos contra Tyrion, Tyrion contra Twyn, Cersei contra Jaime…y el poder de Roca Casterly debilitándose por fin gracias a la habilísima maniobra, veneno mediante, de dejar a Cersei en el Trono de Hierro.
Si algo es también Festín de Cuervos es el libro de Cersei. Cersei cae al pozo profundo del fanatismo religioso de los gorriones culminando otra vez la maniobra de castigo que tanto le gusta a George R. R. Martin: eleva a sus personajes hacia el cielo pero jamás se olvida de cobrarles la factura por todos los pecados que han acumulado a lo largo de su vida.
Martin siempre quiere que al lector se le quede la sensación de que el mal no se libra, de que no hay impunidad. Tarde o temprano, a todos les alcanza la consecuencia de sus actos.
Hay otros estupendos personajes apenas perfilados en este libro, como el príncipe dorniense Doran que parece un trasunto de Quinto Fabio Máximo y que lleva casi veinte años jugando una partida con la que pretende volcar el tablero. O esa otra Lannister, lady Genna, resolutiva, dominante y conductora de hombres, otra típica chica Martin.
Hay una frase extraordinaria de Jaime que resume la victoria de fondo del elemento femenino sobre el masculino en la gran historia del mundo: “¿cuándo sabemos los hombres lo que piensan ellas?”